Descartes, el genio maligno y la burla metódica

sábado, 16 de febrero de 2013

Mucho antes de leer a Karl Popper, mi metodólogo favorito de infancia fue René Descartes, mi primer contacto con el fue a través de Umberto Eco y la representación cinematográfica de su obra literaria "el nombre de la rosa" en 1986, su personaje principal, el escéptico Guillermo de Baskerville, aplicó brillantemente el método científico y la duda metódica en el transcurso de la obra.

El concepto de Descartes de la duda metódica me liberó y me invitó a dudar de todo incluso de mi mismo, pero como consecuencia desagradable: cuando ya nada es cierto ni verdadero todo pierde su valor, incluso hasta tu propia vida (Descartes es una de esas famosas influencias nocivas que señalan los curas). Si dudas de todo y nadie ni nada te importa llega un momento donde la burla te invade y terminas burlándote de todos y de todo, por eso, desde hace años practico la "burla metódica", nada me es incuestionable, nadie ni nada merece mi respeto ni mi lealtad, de todo dudo y de todo me burlo... una especie de "Dubito ergo derisum". Supongo que eso era justamente lo que el monje ciego, Jorge de Burgos, quería impedir a toda costa.

Hay que tener en cuenta que Descartes purificó la duda metódica con el posterior "cogito ergo sum", (que por cierto no es "pienso, luego existo" sino "pienso, por lo tanto existo"), donde quedaba establecida la propia existencia a partir de la constatación del pensamiento:

"Pero en seguida advertí que mientras de este modo quería pensar que todo era falso, era necesario que yo, que lo pensaba, fuese algo. Y notando que esta verdad: yo pienso, por lo tanto soy era tan firme y cierta, que no podían quebrantarla ni las más extravagantes suposiciones de los escépticos, juzgué que podía admitirla, sin escrúpulo, como el primer principio de la filosofía que estaba buscando, (René Descartes)".

Hoy soy mucho mas extremo, me considero relativista cognitivo, muy esceptico y particularmente subjetivista y juego con poner en duda hasta mi propia existencia, este juego lo vengo haciendo hace varios años desde que vi la película Matrix y regresé como siempre una vez mas a Descartes para relacionarla con la hipótesis del genio maligno:

Descartes concibe que podría haber un Dios creador o ser superior, específicamente un genio maligno extremadamente poderoso que nos obliga a engañarnos sistemáticamente, que ha dispuesto nuestra naturaleza de tal modo que creemos estar en la verdad cuando realmente estamos en el error y que capaz de manipular nuestras creencias. Dicho "genio maligno" no es más que una metáfora que significa: ¿y si nuestra naturaleza es defectuosa?, de manera que incluso creyendo que estamos en la verdad podríamos equivocarnos, pues seríamos defectuosos intelectualmente. Con esta hipótesis se cuestiona la legitimidad de las proposiciones que parecen tener la máxima evidencia, las que se presentan con "claridad y distinción" (excepto las referidas a la propia existencia, como mostrará el descubrimiento del cogito), se refiere a proposiciones del tipo "dos más tres es cinco" o "la suma de los ángulos de todo triángulo es igual a dos rectos". Por lo tanto, llega a cuestionar la veracidad de la propia matemática. Siendo éste el más célebre de sus argumentos escépticos, no hay que olvidar cómo Descartes considera también allí mismo la hipótesis de un azar desfavorable o la de un orden causal adverso (el orden de las cosas), capaz de inducirnos a un error masivo que afectara también a ideas no tomadas de los sentidos o la imaginación (vg., las ideas racionales).

El objetivo de este extraño supuesto es investigar si es posible encontrar algo que sea absolutamente indudable: si encontramos una creencia que llegue a superar esta hipótesis, su calidad como verdad será extraordinaria. Aunque Descartes no explica ni justifica cuidadosamente la hipótesis del genio maligno, parece que se refería a las siguientes cuestiones: podemos considerar que nuestro reconocimiento de algo como verdadero es consecuencia de nuestra naturaleza (nosotros diríamos ahora de nuestro cerebro) y podríamos pensar que vemos algo como verdadero porque estamos hechos como estamos hechos, de tal forma que a distinta constitución distinto conocimiento.

Tal vez las cosas que puedan considerar verdaderas seres pertenecientes a otras especies, o seres racionales que hayan sufrido una evolución biológica diferente (por ejemplo, los extraterrestres), pueden ser distintas a las nuestras. Cabe dudar que la matemática, por ejemplo, tenga una validez universal, en el sentido de que tal vez para otros seres, seres con una naturaleza psicológica o física distinta a la nuestra, las verdades matemáticas sean también distintas a las nuestras. En definitiva, si reflexiones de este tipo nos llevan a pensar que el reconocimiento de algo como verdadero depende de nuestra propia naturaleza o forma de ser, parece que hasta los conocimientos más firmes pueden ponerse en cuestión. Es posible que Descartes introdujese la hipótesis del genio maligno para señalar esta última duda.

Según Descartes el cogito constata la existencia del pensamiento pero no dice donde... ¿aquí?, ¿donde es aquí?. Jacques Lacan modificó el cogito cartesiano e hizo algo interesante con el: "Soy donde no pienso, pienso donde no soy". Ciertamente Lacan se refería a que nadie piensa inicialmente desde su ego o desde su sí mismo, sino que lo hace a partir de lo que recibe por tradición desde el Otro:

"El sujeto es hablado por el Otro y su variación el sujeto es pensado por el Otro. Desde el Otro es que el sujeto posee un lenguaje y es desde el Otro que el sujeto piensa".

Pero sigamos jugando: La realidad, esta realidad... ¿como sabemos que es real?, ¿y donde está el real puro del psicoanálisis?, expongo este problema con un ejemplo de Jonathan Dancy popularizado luego por Hilary Putnam. Tanto el filósofo británico como el matemático de Chicago nos lo presentan reconvertido en un científico loco dedicado a experimentar con un cerebro en una cubeta:

«Usted no sabe que no es un cerebro, suspendido en una cubeta llena de líquido en un laboratorio, y conectada a un computador que lo alimenta con sus experiencias actuales bajo el control de algún ingenioso científico técnico (benévolo o maligno, de acuerdo a su gusto). Puesto que, si usted fuera un cerebro así, asumiendo que el científico es exitoso, nada dentro de sus experiencias podría revelar que usted lo es; ya que sus experiencias son, según la hipótesis, idénticas con las de algo que no es un cerebro en la cubeta. Como usted sólo tiene sus propias experiencias para saberlo, y esas experiencias son las mismas en cualquier situación, nada podría mostrarle cuál de las dos situaciones es la real». (Dancy, Jonathan: "Introducción a la Epistemología Contemporánea").


Mientras que Putman da un paso más allá al proponer lo siguiente:

«En lugar de imaginar un sólo cerebro sometido a esa reclusión, podríamos suponer que todos los cerebros humanos, y por añadidura, los de los seres pensantes en general, podrían ser cerebros encerrados en sus cápsulas. ¿Existiría alguien vigilando? ¿O el universo podría estar compuesto de cadenas interminables de estos cerebros, en una especie de gran fábrica de emociones? Todos unidos en una ilusión colectiva».

Vaya... si de niño no hubiese cogido esa vieja enciclopedia de filosofía de mi abuelo para leer sobre Descartes y otros filósofos ¿como sería mi vida ahora?, quizá sería un hombre de fe, de familia, con esposa e hijos, lleno de verdades absolutas y certezas divinas, seguramente sería muy feliz... y tendría esa felicidad fácilmente evidenciable tanto en los rostros de los que sufren retraso mental como en los que dicen tener a Jesús en su corazón, se ven tan felices a veces que a ratos me dan envidia, ¿que habría sido?, ¿que habría sido de mi vida sino hubiese leído y seguido a Descartes como mi maestro?, quizá nunca lo sepa, quizá nunca llegue a saber lo que es una vida normal llena de alegrías, certezas y seguridades, hasta ahora lo único que llegan a mi mente son mas preguntas y cada día tengo muchas mas dudas.

"Nunca he lamentado mi decisión porque aprendí de mi maestro lo que era sabio, bueno y verdadero. Cuando por fin nos separamos, me entregó sus lentes. Me dijo que era joven, pero que algún día me servirían. Y ahora los llevo puestos sobre mi nariz mientras escribo esto. Luego me abrazó cariñosamente, como un padre, y me hizo seguir mi camino. Nunca lo volví a ver ni sé qué fue de él, pero ruego que Dios lo acogiera y le perdonara las pequeñas vanidades a las que lo llevó su orgullo intelectual. Y ahora que estoy viejo, muy viejo, debo confesar que de los rostros que se me aparecen del pasado el que veo más claro es el de esa joven con quien nunca he dejado de soñar durante todos estos años. Fue mi único amor terrenal aunque nunca supe ni averigüé su nombre, (Adso de Melk, el nombre de la rosa)".