El amor cortés de los psicoanalistas

martes, 18 de agosto de 2015

El psicoanálisis es esencialmente una cura a través del amor, un "amor transferencial" del cual no me voy a ocupar en este espacio ya que ahondaré el tema del "amor cortés" y sus avatares, aquella forma de amar que Lacan analizó y tomó como base y ejemplo para explicar el amor transferencial.



El Amor Cortés, un Paradigma de la Sublimación:

El amor cortés era un concepto literario de la Europa medieval que expresaba el amor en forma noble, sincera y caballeresca, y que se origina en la poesía lírica en lengua occitana. El trovador, poeta provenzal de condición noble, y más respetado que los juglares plebeyos, era la figura destacada en este tema. La relación que se establecía entre el caballero y la dama, era comparable a la relación de vasallaje. Generalmente, el amor cortés era secreto y entre los miembros de la nobleza; dado que los matrimonios eran arreglados entre las familias y se realizaban por conveniencia, el amor cortés no era un amor bendecido por el sacramento del matrimonio, en el seno de parejas formales; sino, en la mayoría de los casos, adúltero o prohibido, (wikipedia)

Para el amor, Lacan recurrió a los poetas, a los pintores, a los mitos (que en ocasiones inventa), a ciertas fórmulas frías que no están allí sino para funcionar como slogans, soportes de un rumor, no como enunciados de los que habría lugar para dar cuenta teóricamente. Agreguen a esto ciertos lapsus sonoros y captarán que el amor habita en Lacan de otra manera que como un objeto a teorizar. Pero hay algo más decisivo aún. Algunas figuras del amor han dado lugar a teorías, otras no, lo que retorna para decir que teorizar el amor supone elegir ya un cierto tipo de amor. Hay amor con teoría y amor sin teoría. Lacan tuvo que vérselas con esta alternativa, especialmente cuando recurre a los trabajos de Pierre Rousselot, y ahí su elección es clara: deja de lado al amor físico y brinda su preferencia al amor extático, aquel que no había dado lugar a una teoría y que no había tenido necesidad de ser teorizado para divulgarse con efectividad, como una epidemia. Entonces, Lacan logró una cierta e inédita apreciación sobre el amor, lo que yo creo poder afirmar, estándole cortada la vía que hubiera consistido en ofrecerle a sus alumnos una presentación teórica acerca del tema.

Entre los siglos XI y XII surgirá en Francia, para extenderse luego en otros países. Sus iniciadores fueron los trovadores cátaros del territorio del Languedoc que abarcaba parte del sur de Francia, pero que influyeron en gran parte de Europa. Poetas y cantantes que habitaban en los palacios, en la corte. Es decir, que con frecuencia se trataba de la elite aristocrática, aunque no exclusivamente. Aquello por entonces se conoció como fine amour, amor sublime, amor afinado, depurado, pero no en el sentido platónico. Se trata de un amor hasta el fin, un amor llevado a sus límites extremos, Lacan nos dirá que "sus repercusiones éticas aún son sensibles en las relaciones entre los sexos". No se trata sólo de una modalidad de amor, sino además de una creación literaria; para Lacan implica un paradigma de sublimación, en tanto está en referencia a Das Ding, a esa Cosa que Freud aisló como el primer exterior en torno al cual se organiza todo el andar del sujeto con relación al mundo de sus deseos, ese objeto que, por naturaleza, está perdido. Ese Otro absoluto que se procurará reencontrar, pero como mucho sólo reviviremos en sus coordenadas de placer, esto es la nostalgia. La sublimación eleva un objeto a la dignidad de la Cosa. El amor cortés tendrá que ver con la sublimación del objeto femenino.

Los trovadores crearon un nuevo género poético –la poesía cortés escrita en lengua vulgar o romance– así como un nuevo código de amor. El amor cortés fue tanto una creación poética, como un ideal social y un código de amor. La poesía de los trovadores era acompañada por la música; el poeta recurría al artificio de combinar su voz con la música para seducir los oídos de la dama. Sus cantos exaltaban un amor noble y refinado contrapuesto a lo burdo de la copulación y la reproducción. Su ideal era tanto una ascética como una estética. Había tanto la aspiración de ascender espiritualmente al contacto con el objeto amoroso como la idea de hacer una obra de arte de las relaciones amorosas. Los poetas hacían alusión a lo difícil que era acceder al lugar del amor. En cuanto al código de amor, que dio origen al ritual del amor cortés. Acatar las leyes de amor (mesura, servicio, proeza, larga espera, castidad, secreto y gracia) permitía al poeta acceder a la alegría y al verdadero amor.

Con los conceptos de amor purus y amor mixtus, Capellanus sintetiza dos vertientes de amor cortés: El amor puro es el que une a los amantes con toda la fuerza de la pasión; consiste en la contemplación del espíritu y de los sentimientos del corazón; incluye el beso en la boca, el abrazo y el contacto físico [...] con la amante desnuda, con exclusión del placer último, pues éste está prohibido a los que quieren amar puramente. En tanto, el amor mixto, que incluye todos los placeres de la carne y llega al último acto de Venus. [...], es también un amor digno de elogio, aunque por él amenacen muy graves peligros.

El amor cortés revela como el amar era un arte en el sentido antiguo; un saber práctico, una técnica. La literatura cortesana muestra un arte de amar, cómo decir un saber y practicar el amor, una enseñanza del amor. Ars Amandi, el arte de amar es una expresión antigua, título de un poema de Ovidio, quien considera al amor como una técnica susceptible de ser enseñada, comparándolo con la navegación o la conducción de un carro, se trata de una técnica de la seducción. En la Edad Media Ovidio encontró a sus más apasionados lectores, pero no se conformaron con imitarlo, se ha dicho que la que en esta época se inventó una idea nueva y original del amor, como suele pasar en estos casos reveló algo de la verdad en juego, tomando en serio al deseo. El amor es tomado en su naturaleza paradójica y contradictoria. Un amor que es alegría pero también sufrimiento. Los trovadores utilizaban la palabra joy, que si bien participa de la alegría era diferente, se trata de una joya en la que la alegría del amor contempla la presencia de cierta sombra. La insatisfacción era considerada como una esencia del deseo, verdad que nos revela la clínica de la histeria. Por otro lado, los obstáculos en juego llevan a la exaltación del amor.

El amor cortés medieval resulta ejemplar para evidenciar un modo de elusión de la castración, estrategia última de toda conducta virginal. En su seminario Aún, Lacan se refiere al truco que supone en los siguientes términos: "Una manera muy refinada de reemplazar la ausencia de relación sexual fingiendo que somos nosotros quienes ponemos un obstáculo en su camino".

... q'ieu e midonz jassam / en la chambra on amdui nos mandem / uns rics convens don tan gran joi atendi, / qe.l seu bel cors baisan rizen descobra / e qe.l remir contra.l lum de la lampa.

... que yo y mi señora yazcamos en la cámara en la que ambos fijemos una preciosa cita, de la que espero tanto placer que descubra su hermoso cuerpo, besando y riendo, y que lo contemple contra la luz de la lámpara.

El amor para Lacan:

"Amar es dar lo que no se tiene a alguien que no lo es".
(Ser Otro... para la madre).

El amor no es pues solamente narcisista. Tiene función de suplencia. A falta de la existencia de la relación sexual, es al amor al que le toca suplirla. En la ilusión, ciertamente. Ilusión de que esa famosa relación existe, que nosotros no formamos sino uno, que uno se comprende más allá de las palabras. Pero no solamente en la ilusión. El amor se pretende también signo, y goce, y compromiso, es decir síntoma, para suplir efectivamente a la relación que falta entre los sexos.

Que el signo de amor del partenaire sea esperado más allá de sus declaraciones de intención amorosa es un hecho clínico patente. El signo no es el sentido y el don no es el amor. El único signo de amor que valga efectivamente es dar lo que no se tiene, como lo señala Lacan en el Seminario IV: ”no hay un don posible más grande, un mayor signo de amor, que el don de lo que no se tiene”. Hasta especifica en el Seminario siguiente que poco importa que aquel al que se le hace el don tenga o no tenga, aquello de lo que se trata, ya que lo esencial es que no lo tenga aquel que lo da. Que el hombre apurado ofrezca su tiempo, la mujer pobre su falta en ser, el infiel su fidelidad, el inconstante su constancia.

Es el ya conocido:

"Contigo soy distinto, soy Otro".

Pero ese signo encierra una paradoja ya que al dar lo que no se tiene, uno puede darse cuenta de que no lo tiene, “no tenerlo” evoca inevitablemente el falo, y así, cuando el padre muestra un amor excesivo hacia la madre, es sospechado, por el niño, de no tenerlo.(Lacan, Seminario V).

El aforismo de Lacan, “Solo el amor permite al goce condescender al deseo” (Seminario X), es de un orden muy distinto al signo de amor. Más bien introduce al amor en su función de velo con relación a lo real, es decir en relación al goce. Jacques- Alain Miller lo comenta así: “en la vertiente del amor, el objeto real es elevado a la dignidad de objeto simbólico “, lo que hace pasar de la satisfacción de la necesidad a la metonimia del deseo (Cause freudienne Nº 58). El amor y la angustia están ambos entre goce y deseo. El amor como velo, la angustia como lo que no engaña.

En el Seminario XX, Lacan hace muy explícito el lazo entre el amor y el goce. No se trata del mito de Aristófanes, es más bien la disyunción de los dos lados del drama sexual. Lado macho, “lo que aborda, es la causa de su deseo (…), el objeto a. He ahí el acto de amor. Hacer el amor, como el nombre lo indica, es poesía. Pero hay un mundo entre la poesía y el acto. El acto de amor, es la perversión polimorfa del macho…” (Lacan, Seminario XX). El acto de amor del macho es el goce fálico en tanto que es autista, sin Otro, sin incluir el amor y no pasando sino por la causa del deseo. Es a lo sumo el amor de la laminilla, con la que Lacan le responde a Aristófanes en el Seminario XI. Un amor sin amor, que prescinde del Otro. Es el goce del idiota. Siendo el lado homo el que se contenta en silencio. Lacan va más allá de la posición de Freud en la más común de las degradaciones del amor.

Lado mujer, el amor está incluido en el goce. En otras palabras: no puede ser sin palabras, ya que, en efecto, “hablar de amor es en sí un goce” (Lacan, Seminario XX). Y hasta: “es hablando que se hace el amor” (Lacan, Seminario XIX, 4/5/72). Hablar implica al Otro, lo hetero. Es lo que le permite a Lacan escribir: “llamemos heterosexual por definición al que ama a las mujeres cualquiera sea su propio sexo” (Lacan, El Atolondradicho). Para Lacan el amor está forzosamente del lado mujer, con lo que contiene de obra civilizadora. Aquí no hay silencio posible sino más bien un goce que puede llegar a la mística. El goce femenino, el Otro goce del que habla Lacan en el Seminario XX es suplementario al goce fálico, que no por eso escapa a las mujeres. Suplementario se opone acá a complementario. El complemento aseguraría una relación (matemática) entre los sexos. El suplemento no asegura nada de eso. Es un bricolaje de apoyo.

"En efecto lo único que hacemos en el discurso analítico es hablar de amor", (Jacques Lacan).





Jacques Alain Miller y el amor:

Amar verdaderamente a alguien es creer que amándolo, se accederá a una verdad sobre sí mismo. Amamos a aquel o a aquella que esconde la respuesta, o una respuesta a nuestra pregunta: “¿Quién soy yo?”.

Amar, decía Lacan es dar lo que no se tiene. Lo que quiere decir: amar es reconocer su falta y darla al otro, ubicarla en el otro. No es dar lo que se posee, bienes, regalos. Es dar algo que no se posee, que va más allá de sí mismo. Para eso, hay que asumir su falta, su “castración”, como decía Freud. Y esto, es esencialmente femenino. Sólo se ama verdaderamente a partir de una posición femenina. Amar feminiza. Por eso el amor es siempre un poco cómico en un hombre. Pero si se deja intimidar por el ridículo, es que en realidad, no está muy seguro de su virilidad.

Pero la forma femenina del amor es más erotómana que fetichista: quieren ser amadas, y el interés, el amor que se les manifiesta, o que suponen en el otro, es a menudo una condición sine qua non para desencadenar su amor, o al menos su consentimiento. El fenómeno está en la base de la conquista masculina.

Lo que es una objeción a la solución aristotélica es que el diálogo de un sexo con el otro es imposible, suspiraba Lacan. Los enamorados están de hecho condenados a aprender indefinidamente la lengua del otro, a tientas, buscando las claves, siempre revocables. El amor, es un laberinto de malentendidos cuya salida no existe.

Freud y la disparidad de los sexos:

El psicoanálisis debería poder ayudar a orientarse sobre esta disparidad, que es hoy nuestro tema. Ya que es un punto sobre el cual desde el principio, con Freud, el psicoanálisis avanzó con firmeza y logró mantener como un bastión, como una adquisición. El punto sobre el que Freud avanzó es que hay una profunda disimetría entre la posición masculina y la femenina; la centró sobre las enseñanzas que empero resultaban dudosas a las psicoanalistas mujeres, en el momento en que numerosas mujeres hicieron su entrada al psicoanálisis.

De entrada, Freud subrayó que lo que es muy profundamente disimétrico, es la anatomía, es el órgano. El órgano masculino es evidente, el órgano femenino permanecería oculto. La teoría de la castración fue en principio formulada en Freud a partir de un tipo de evidencia imaginaria que es del orden de la representación: no se ve lo que tienen las niñas. Entonces el razonamiento que sostiene el varón es: si hay seres humanos que no necesariamente tienen el pequeño apéndice que yo tengo, y bien, entonces puedo perderlo. Es el famoso régimen del terror del varoncito: la amenaza de castración.

Freud no lo vio enseguida. En 1909 todavía, es decir alrededor de diez años después de haber comenzado la práctica del psicoanálisis, con el pequeño Hans, considera que si ese niñito de cinco años que él analiza tiene una fobia, es sin duda porque sufre un complejo de castración. Es un caso particular, no está todavía generalizado. Recién después del análisis del pequeño Hans Freud va a generalizar el complejo de castración para el varón y a considerar que todos viven bajo el régimen del terror y que no hay manera de evitarlo. Se puede ser gentil, o gracioso se puede hablar de todo esto, ni siquiera es obligatorio decirle: "si no te portas bien te la cortaremos", etc.; aunque quitemos toda esta retórica de la amenaza, ésta está siempre allí, el niño se las arregla continuamente para vivir con eso.

A medida que Freud generaliza esto, se plantea la pregunta: ¿y para las niñas qué? Recién diez años después, en los años veinte, generaliza una posición para la sexualidad femenina. Observa que en las niñas, la gran diferencia es que no viven bajo la amenaza de la castración, por el contrario tienen una actitud activa al respecto: en el lugar de la amenaza que pesa sobre el varón, las niñas tiene una certeza: no lo tienen, entonces van a buscarlo. De este modo Freud da cuenta de la mayor vivacidad intelectual de las niñas; observa también en la adolescencia –esto siempre sorprende– el carácter completamente atontado de los varones y el carácter mucho más despierto de las niñas; del lado varón, el carácter especialmente perdido, siempre en la adolescencia; del lado niña el carácter mucho más decidido, aunque éste también puede extraviarse.

Esta oposición construye una asimetría de la vida amorosa, marcada, una de ellas, por la amenaza y la angustia de castración y la otra por la certeza de saber lo que se quiere, sólo que con una amenaza muy particular: para la niña, es necesario el amor del otro, aquel del que va a tomar lo que le falta. De allí la amenaza particular que marca la vida femenina: la amenaza de la pérdida de amor; y esto instala en efecto el amor lado niña en una posición particular, disimétrica de la posición masculina, clavada a un objeto y a la presencia de la angustia.

Esta oposición, que instala el amor en este lugar distinguido permite, en efecto, dar cuenta a través de los años en la literatura, cuando las mujeres han podido expresarse sobre esto, de la importancia que toma el amor cuando tenemos huellas de esto. Pero por el contrario deja una pregunta, la que Freud formuló en los años treinta: “¿Qué quieren las mujeres?”

Todo el problema es: porqué Freud construyó esta pregunta si aparentemente había encontrado una respuesta: “¿qué quieren las mujeres?". – Respuesta: quieren ser amadas.

Así, la teoría de la no relación implica que el goce que nos es dado no encaja con la relación sexual. Entonces el goce constituye un synthome. El synthome de Lacan es simplemente el síntoma, pero generalizado, el síntoma en tanto no hay pulsión sexual total. Constituye un síntoma, pero un síntoma que es irreductible.

Permanece el amor. El amor que Lacan no arranca de su raíz imaginaria cuando dice que este amor crea la ilusión de una relación sexual. Esto es lo que distingue al goce del amor. Hay un goce en hablar del amor, en vivir el amor, en escribir cartas de amor –o e-mails, claro. Este goce es al mismo tiempo lo más distante y lo más cercano, topológicamente, con respecto a la relación sexual que no existe.





Slavoj Zizek y la no relación sexual:

Slavoj Zizek tiene un muy buen ejemplo, que comentamos en el Seminario, así que ya han oído parte de esto.

Hace un par de años, retransmitieron un anuncio de cerveza encantador en la televisión británica. Es del año 1994. En la primera parte se podía ver el conocido cuento de hadas: una joven camina junto a un arroyo, ve una rana, la posa cuidadosamente en su regazo, la besa y, por supuesto, la fea rana milagrosamente se convierte en un apuesto joven.

Y la historia no termina ahí: el joven mira a la bella con ojos deseantes, la atrae hacia sí, la besa – y ese beso la convierte en una botella de cerveza, que el hombre esgrime triunfante entre sus manos.

Del lado de la mujer, sucede que a través del amor una rana puede convertirse en un apuesto hombre -en una presencia fálica plena-; del lado del hombre, en cambio, la mujer quedará reducida a un objeto parcial -la causa de su deseo- un objeto petit a.

Es por la razón de esta asimetría que no hay relación sexual: o bien tenemos a una mujer con una rana, o bien tenemos a un hombre con una botella de cerveza.

Lo que no podemos obtener es la pareja natural de mujer y hombre: el sostén fantasmático para esta pareja ideal sería la figura de una rana abrazada a una botella de cerveza.

Tenemos, en cambio, dos fantasías: cada uno de los dos partenaires está involucrado en su propio fantasma subjetivo -la joven fantasea con la rana que es un príncipe, el hombre con la joven que es una botella de cerveza-.

Lo que el arte y la escritura modernas oponen a esto no es la realidad objetiva sino lo "objetivamente subjetivo", esto es, los fantasmas subyacentes que los dos sujetos nunca son capaces de asumir. Algo semejante a un cuadro de una rana abrazada a una botella de cerveza, bajo el título "Hombre y mujer" o "La pareja ideal".



El goce y sentido del síntoma:

Para el psicoanálisis, según la lo estableció Lacan, la mujer tiene un goce erotomaniaco, donde la certeza de saberse amada, le permite abrirse a un "otro goce", que a su vez la remite al "goce fálico" (genitalidad), ese otro goce es el de la palabra que le permite amar como reflejo de ser amada, sin embargo hay casos donde el otro goce está bloqueado-muerto (ya no cree mas en promesas de amor), y solo puede acceder al goce fálico, sintiéndose insatisfecha de relación en relación (por no sentirse amada), el hombre a su vez goza a la mujer como su objeto fetiche, porque representa lo que para el es único, es aquella mujer que logró encajar el fantasma materno, el reservorio perfecto, ante el cual goza en silencio... contemplándola.

Es la mujer para el hombre "un síntoma", ya que su ausencia provoca dolor, hablar de ella, pensar en ella escribir sobre ella, es un intento de evitar la sintomatología, la cual solo disminuye en su presencia, por otro lado es el hombre para la mujer "un estrago", un estrago como daño moral, donde la culpa enciende la compasión, algo como: "si el me ama tanto y es tan dulce conmigo... ¿porqué no lo amo? = ¿porque no amarlo? = debería amarlo", ese estrago es lo que le permite abrir la puerta al otro goce, en el cual ella necesita "ser hablada", la mujer reclama un ¡háblame!, un convénceme, enamórame, libérame, (miénteme).






Goce absoluto, goce fálico y goce femenino:

Lacan retorna al mito freudiano del padre originario, el padre de la horda primitiva de Tótem y tabú, para poder sostener el goce sexual como goce absoluto. En el mito del padre de la horda primitiva, éste se reserva para sí un libre goce sexual, de tal manera que goza de todas las mujeres. Este padre originario obliga a todos los hijos a la abstinencia y a establecer lazos en los que sus aspiraciones sexuales están inhibidas en su meta. Ese tiempo originario del mito freudiano es un tiempo anterior al Edipo, un tiempo en el que el goce es absoluto, puesto que no ha intervenido todavía ninguna ley. Al matar al padre y comerlo, los hijos arrepentidos se prohíben el parricidio y gozar de la madre, instaurándose el tiempo del Edipo, sistema simbólico donde se transmite la ley.

Ese padre originario, que no está sometido a la castración, es el soporte del fantasma de un goce absoluto, tan inalcanzable como el lugar del mismo padre originario. Para el hombre, no existe más goce que el goce fálico, es decir, un goce limitado, sometido a la castración, goce fálico que constituye la identidad sexual del hombre. ¿Y la mujer? Para las mujeres no hay un equivalente del padre originario, no hay un padre originario que escape a la castración. Para ella, el goce del Otro, a pesar de ser imposible para la mujer, no sufre, sin embargo, la interdicción de la castración.

El goce femenino es por lo tanto un goce distinto, y sobre todo, un goce que no tiene límites. Lacan lo llamó «goce suplementario» en su seminario Aun (1972-1973), seminario donde él teoriza el goce femenino desprendido de toda referencia biológica o anatómica y en el que elabora su teoría del proceso de la sexuación, tanto en hombres como en mujeres, y que es enunciada por medio de un conjunto de fórmulas lógicas. La existencia de este goce suplementario, inconocible para el hombre e indecible para las mujeres, funda la sentencia lacaniana según la cual «no hay relación sexual», desarrollada en el seminario …o peor (1971-1972). Decir que «no hay relación sexual» significa que no hay complementariedad entre los goces masculino y femenino, que ambos goces son diferentes, que el goce fálico y el goce Otro de la mujer no están hechos el uno para el otro. Esto explica, en gran medida, el desencuentro permanente que hay entre los hombres y las mujeres.

Así pues, el concepto de goce es repensado en éste momento por Lacan con relación a la constitución de la identidad sexual del sujeto, la cual fue expresada en fórmulas, denominadas en el lacanismo, las «fórmulas de la sexuación», las cuales llevan a distinguir dos tipos de goce, y sólo dos: el goce fálico, que no es exclusivo de los hombres -muchas mujeres lo comparten-, y el goce femenino o goce suplementario, que no es exclusivo de las mujeres -hay hombres que gozan femeninamente-.

Conclusión:

El tipo de amor que mas estudió Jacques Lacan lo denominó "amor cortés", (amor clásico), donde el hombre se entrega a la mujer, se feminiza ya que amar es entrar a una posición femenina donde se asume la castración y recupera en la relación con la mujer-madre, ese "objeto a" perdido (remanente caído de la resolución edípica) que lo llena y completa como ilusión pese a la disparidad en el amor producto de la no relación sexual (relación en sentido estricto a relacionar un objeto con otro), se deja de ser uno y pretende ser Otro, un Otro que se muestra como lo que no es y da lo que no se tiene: "amar es dar lo que no se tiene a alguien que no lo es" (ser Otro para la madre).



Conceptos:

Objeto a como objeto de deso inalcanzable u objeto metonímico "causa del deseo". Existe lo que Freud llama Liebsbedingung, la condición de amor, la causa del deseo. Es un rasgo particular –o un conjunto de rasgos– que tiene en cada uno una función determinante en la elección amorosa. Esto escapa totalmente a las neurociencias, porque es propio de cada uno, tiene que ver con la historia singular e íntima. Rasgos a veces ínfimos están en juego. Freud, por ejemplo, había señalado como causa del deseo en uno de sus pacientes ¡un brillo de luz en la nariz de una mujer!.

El objeto a cae ante la castración, se recupera en el amor como esa sensación de sentirse completo en unión con la madre nuevamente, la mirada, la voz, las sensaciones que lo hacen sentirse en presencia de aquella primera experiencia perdida de amor.

H= Hijo
M= Madre
a= Objeto a







Posición masculina y posición femenina - matemas:

Para hablar de la disimetría hombre-mujer Lacan expone las siguientes fórmulas en las que ejemplifica como se posicionan de un lado o del otro con respecto al falo y la diferencia sexual:

Significado de las nomenclaturas:

Φ (Fi) Significa una función: Tener o no tener el falo
X= Lugar Hombre o mujer
ΦX= Aduce que cualquier x tiene el falo o, no lo tiene lo que referiría negación de la función fálica (castración)
∀x Φx= Todo sujeto es fálico (o todos están bajo el rubro de la castración)
∃x Φx= Existe al menos un x que no tiene el falo. Existe al menos uno que no está castrado: el padre imaginarizado en la histeria (padre mítico de la horda primitiva), o la madre fálica




Fuentes:

1.- Amor
2.- Lacanianos
3.- Un amor vacío
4.- El amor Lacan
5.- El obsesivo y el amor
6.- No hay amor sin vacío
7.- La disparidad en el amor
8.- Un tipo de amor en la neurosis obsesiva
9.- ELP - XIª JORNADA Cartas de aLmor Nº 1
10.- Goce absoluto, goce fálico y goce femenino.
11.- La teatralidad del amor cortés; el partenaire inhumano
12.- La imposible conciliación entre la mística femenina y el Fantasma masculino
13.- Entrevista a Jacques-Alain Miller. Sobre el amor. Un laberinto de malentendidos cuya salida no existe