Totem y tabú y una fiesta totémica cualquiera

domingo, 26 de mayo de 2013

Con este ambiente de liberación sexual tan fresco y desenfadado, donde la anacrónica, hipócrita e inútil moral cristiana de infames eunucos se pierde con el tiempo y desaparece gracias a la modernidad... es cuando resurge exultante la libertad, otrora presa en moralismos oscuros, apagados y decadentes.

Triunfan el hedonismo, la autodestrucción y el individualismo en una orgía perversa de goce frenético y desenfreno total (como debe ser todo acto carnal), porque no somos más que un producto del sexo y la muerte, nuestros rituales sexuales de apareamiento lo confirman: asesinamos a nuestros padres por envidia, impotencia y frustración, lo devoramos y quemamos en una hoguera pretendiendo llegar a ser dioses, bailando alrededor de sus restos e invocando el poder de la erección a la luna, el sol y las estrellas, luego violamos salvajemente a nuestras madres y hermanas mientras la música y los tambores del bacanal suenan sin cesar. Nos embriagan hasta el cansancio... el odio, la ira y la lujuria.

Hoy es día de fiesta, violencia y frenesí, hoy muere un padre asesinado... pero a nadie le importa porque mañana resucitaremos a Dios, con renovadas culpas y prohibiciones, el arrepentimiento y las súplicas de los culpables no se harán esperar, y pese a que el castigo será implacable y despiadado, nunca será suficiente como para evitar que se cometa un nuevo asesinato, el goce lo motiva, el goce nos llena y el goce nos libera.


El animal totémico, sustitución del padre.
Totem y tabú, nacimiento de Dios:

El psicoanálisis nos ha revelado que el animal totémico es en realidad una sustitución del padre, hecho con el que se armoniza la contradicción de que estando prohibida su muerte en época normal, su sacrificio se celebre como una fiesta, y que después de matarlo se lamente y se llore su muerte. La actitud afectiva ambivalente, que aún hoy en día caracteriza el complejo paterno en nuestros niños y perdura muchas veces en la vida adulta se extendería, pues, también al animal totémico considerado como sustituto del padre.

Confrontando nuestra concepción psicoanalítica del tótem con el hecho de la comida totémica y con la hipótesis darwiniana del estado primitivo de la sociedad humana, aparece la posibilidad de llegar a una mejor comprensión de estos problemas y entrevemos una hipótesis que puede parecer fantástica, pero que presenta la ventaja de reducir a una unidad insospechada series de fenómenos hasta ahora inconexos.

La teoría darwiniana no concede, desde luego, atención alguna a los orígenes del totemismo. Todo lo que supone es la existencia de un padre violento y celoso, que se reserva para sí todas las hembras y expulsa a sus hijos conforme van creciendo. Este estado social primitivo no ha sido observado en parte alguna. La organización más primitiva que conocemos y que subsiste aún en ciertas tribus consiste en asociaciones de hombres que gozan de iguales derechos y se hallan sometidos a las limitaciones del sistema totémico, ajustándose a la herencia por línea materna. ¿Puede esta organización provenir de la postulada por la hipótesis de Darwin? Y en caso afirmativo ¿qué camino ha seguido tal derivación?

Basándonos en la fiesta de la comida totémica, podemos dar a estas interrogaciones las respuestas siguientes: los hermanos expulsados se reunieron un día, mataron al padre y devoraron su cadáver, poniendo así fin a la existencia de la horda paterna. Hicieron juntos lo que individualmente les habría sido imposible. Puede suponerse que su sentimiento de superioridad surgió a partir de un progreso de la civilización, quizás el disponer de un arma nueva. Tratándose de salvajes caníbales era natural que devorasen el cadáver. Además, el violento y tiránico padre constituía seguramente el modelo envidiado y temido de cada uno de los miembros de la asociación fraternal, y al devorarlo se identificaban con él y se apropiaban de una parte de su fuerza. La comida totémica, quizás la primera fiesta de la humanidad, sería la reproducción conmemorativa de este acto criminal y memorable, que constituyó el punto de partida de las organizaciones sociales, de las restricciones morales y de la religión.

Para hallar verosímiles estas consecuencias, haciendo abstracción de sus premisas, basta admitir que la horda fraterna rebelde abrigaba con respecto al padre aquellos mismos sentimientos contradictorios que forman el contenido ambivalente del complejo paterno en nuestros niños y en nuestros enfermos neuróticos. Odiaban al padre que tan violentamente se oponía a su necesidad de poderío y a sus exigencias sexuales, pero al mismo tiempo lo amaban y admiraban. Después de haberlo suprimido y de haber satisfecho su odio y su deseo de identificación con él tenían que imponerse en ellos los sentimientos cariñosos, antes violentamente dominados por los hostiles. A consecuencia de este proceso afectivo surgió el remordimiento y nació la conciencia de la culpabilidad, confundida aquí con él, y el padre muerto adquirió un poder mucho mayor del que habría poseído en vida, circunstancias todas que incluso comprobamos hoy en día en los destinos humanos. Lo que el padre había impedido anteriormente, por el hecho mismo de su existencia se lo prohibieron luego los hijos a sí mismos en virtud de aquella "obediencia retrospectiva" característica de una situación psíquica que el psicoanálisis nos ha hecho familiar. Desautorizaron su acto, prohibiendo la muerte del tótem, sustitutivo del padre, y renunciaron a recoger los frutos de su crimen, rehusando el contacto sexual con las mujeres de la horda, que ahora les eran accesibles. Es así como la conciencia de la culpabilidad del hijo engendró los dos tabúes fundamentales del totemismo, los cuales tenían que coincidir con los deseos reprimidos del complejo de Edipo. Aquel que infringía estos tabúes se hacía culpable de los dos únicos crímenes que preocupaban a la sociedad primitiva. (T. T.)


Resumido de Tótem y tabú por Sigmund Freud.
Freud, por Juan Dalma, 1968, Buenos Aires, Argentina.